Un mantel de colores muy vivos

No hace ni una semana que subías al avión en Costa Rica, todavía con aquel dolor de estómago, la triste alegoría de nuestra despedida. Si ahora piensas en ellas, aquellas horas te parecen borrosas, como grabadas con una cámara vieja. No tenías asiento de pasillo y buscabas la postura para quedarte dormida, con los recuerdos recientes. Pasaban por tu cabeza los paseos por Granada, las puestas de sol en Ometepe, la paz de la selva en el río San Juan. Y contra eso, por supuesto, la idea de volver al trabajo se te hacía difícil.

Pero después también fue dulce. A medida que pasaba la semana te ibas recreando en fragmentos escogidos. Escenas sugeridas que saboreabas. La nariz husmeante de Wilfred sobre tu pecho, o los sonidos que capturabas desde lo alto de la fortaleza, eran tu manera de regresar a Nicaragua. Cerrabas los ojos y meditabas de nuevo frente al lago, al final del dique de la hacienda Mérida, o recordabas, con una sonrisa, el sorprendente poder de los doseles blancos, y de las blusas amarillas.

Aunque también había recuerdos difíciles. Te preocupabas muchísimo por cómo demonios abrir una guaba sin un buen machete, o inventabas maneras de montar mejor aquellas hamacas del barco a San Carlos. Hasta te dabas cuenta, una tarde, de que estabas hablabando sola, repitiendo flojito -ahora más rápido, ahora más lento- aquellas dos sílabas, a ver si entendías por qué desataban tanto mi furia.

Y así, sin darte cuenta, llegaba el fin de semana. Vane y Jaume te acogían con el afecto de siempre, les contabas tu aventura, hablábais de planes, de los niños, de las clases. Todo sencillo y cariñoso, como a ti te gusta.

Sin embargo hoy, cuando llegas a casa, sientes que hay algo nuevo, diferente. Odra te ha dicho que ha llegado una carta que parece ser que aún no habías leído. Pero es muy extraño porque yo suelo avisarte siempre que te escribo alguna. Y además, ahora mismo estoy yendo en barco hacia Colombia, y no iba a tener conexión hasta el martes. Así que, aunque echabas de menos mis palabras, te nacen algunas sospechas.

Porque, ¿cuándo habré escrito esta carta? Si, se supone, yo estaba ocupado con el capítulo 21. Y fruncirás el ceño, y pensarás aquí pasa algo, y las sospechas crecerán, porque no es normal que la carta la haya encontrado Odra, y que te haya insistido tanto, y de esa manera. Y seguirás leyendo, recostada en el sofá, intrigada.

Pero sabes, lo más gracioso es que ni siquiera hace falta que ates cabos. Porque todo esto tú ya lo soñaste. Increíblemente un dia tú ya lo soñaste todo, me lo contaste y quedé alucinado con tus poderes de brujita. Y aunque me he esforzado mucho dándote pistas falsas para que dejaras de creer en ella, tu intuición siempre ha sabido de qué se trataba.

Además tú ya conoces cómo escribo, especialmente las cartas que te dedico. Así que es probable que ya hace un rato que sepas que sí, que tiene que ser eso, que en verdad todo esto tiene que ver con la sorpresa, la dichosa sorpresa con la que he ido jugando contigo desde hace tantas semanas. Porque ¿qué pasaría si en realidad la sorpresa fuera la primera que sospechaste, la primera que deseaste?

Los perros están extraños hoy. Y ¿dónde está Odra?, ¿y porqué te mira con esa cara? Es curioso porque no puedes dejar de leer pero al mismo tiempo sientes un impulso y te parece que deberías inspeccionar la casa por si hay algo escondido en algún lugar, algo que haya llegado por correo, quién sabe, alguna pista que pueda acercarte a la maldita sorpresa, ahora que parece estar tan cerca.

Pero antes de investigar por los rincones, déjame que te hable un poco de los motivos que me condujeron. Porque primero fue la melancolía, la mera ausencia, aquella rabia con la que llegué a extrañarte. No es fácil marcharse y dejar en casa lo más querido. La cuestión surgió en Cuba, cuando la poca comunicación me trajo algunos disgustos. Ahí me di cuenta de que el tiempo, demasiado dilatado, resulta dañino.

Pero además vinieron los aprendizajes del viaje. Y si más que los lugares, lo importante son las personas, entonces figúrate qué sentido dejó de tener alejarme de ti. Al fin y al cabo, Gerardo vuelve con Lucía después de enamorarse de ella, ¿o eso tampoco te lo había dicho?

-Este vuelve antes, no aguanta sin la rubia -dijo Jaume.

Y en fin, no creo que haga falta decir nada más. Quizás lo único que te quede ahora, ahora que por fin sabes cuál es la sorpresa, ahora que ya sonríes pensando Ya lo sabía, nerviosa y contenta al mismo tiempo, quizás solo te quede, ahora sí, darte una vuelta por la casa.

Porque entonces qué, si es verdad que ya he vuelto, que ya estoy aquí, entonces dónde me he metido, porqué no he venido a casa, porqué no te estoy abrazando. Así que en cuanto termines este párrafo yo creo que ya es momento de que te levantes, me busques a ver si estoy escondido, o subas a ver si me encuentras arriba, en la terraza, esperándote con una botella de vino y dos copas, sobre un mantel de colores muy vivos.